Cruzamos de Bolivia
a Perú sin contratiempos, con las emociones a flor de piel del Titicaca que con
tormenta y todo nos dejó el buen sabor de una cultura que no muere, que se
mantiene intacta en sus habitantes y que siembra quinua, papa y coca entre las
ruinas de su centro sagrado, honrando a la Pachamama y a sus antepasados entre
los surcos del arado.
En Perú los
tatuajes de las pircas y las terrazas de las montañas se fueron desdibujando, dando
paso a hermosos valles coloreados de un verde intenso que ya extrañábamos, los
techos de las casas se cubrieron de hermosas tejas y la vida floreció al ritmo
de ríos y lagunas. Es por momentos así, que viajar por carretera tiene sentido,
borrando las fronteras y haciendo de las diferencias sólo una variación forzada
de la belleza. Salimos de la tierra natal de Juan hacia la mía y encontramos
que nuestro hogar es el camino, un hogar del tamaño del Tahuantisuyo.
Llegar a Cusco
emociona y puedo decir que es una de las ciudades más bellas que vi jamás, su
riqueza arquitectónica se erige imponente ante una geografía andina y en medio de
la nostalgia Inca que se respira por doquier. La antesala perfecta para ver mañana
a Machu Picchu.
Cusco es bella de
pies a cabeza y su vocación turística es total: oferta gastronómica variada y
con precios accesibles, fotos perfectas con los ojos cerrados, jardines
florecidos y calles limpias. Imposible no maravillarse. Para la muestra varios botones:
Pd/ La gastronomía en Perú merece entrada aparte, por ahora les adelantamos que ceviche, pisco sour y chicha morada no han faltado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Saber tu opinión nos anima en este viaje, déjanos tu mensaje!